domingo, 3 de abril de 2011

Que Dios no nos de todo lo que el cuerpo aguante

Hay taxistas que hablan, y otros que no tanto.
Ayer me tocó uno de los del primer tipo, lo cual puede ser una suerte o una desgracia.

Nada más subirme al taxi, el peculiar hombrecillo –seguramente aburridísimo-  empezó a darme conversación. Que qué tal la noche; que si había muchos borrachos por Madrid; que desde su conocimiento me aconsejaba que no bebiera mucho, porque tan solo escuchando música o bien bailándola se podía disfrutar; y demás historietas comprimidas para ser contadas en unos minutos. 
Yo –aunque mis ganas de hablar no es que fueran excesivas- contestaba al taxista, que me hablaba con una emoción y energía dignas de ser atendidas.
Ya cerca de mi casa, tras unos 10 minutos sin parar de hablarme, se calla. Y de pronto, me suelta: “Mira hija, te voy a decir una frase que oí yo hace tiempo y que es un dicho muy sabio porque tiene toda la razón. «Que Dios no nos de todo lo que el cuerpo aguante»”.
La frase que se saca el hombre de la manga -así sin venir a cuento- me sorprende, y sin saber muy bien qué decir, no se me ocurre más que “¡Ah, vaya! Pues sí que tiene razón, sí …”. “¿No lo habías escuchado?” me pregunta. Y yo le contesto que no, que nunca lo había escuchado.
De nuevo, el conductor toma carrerilla. “Pues esto significa que ojala Dios no nos mande aquello que el cuerpo aguanta, porque aguanta mucho, más de lo que creemos. Aunque sea con dolor y sufrimiento, hija”.

Ya en la puerta de mi casa, tras revelarme el secreto para mantenerme despierta como él hacía, me bajé del taxi.

Metida en la cama pensé en las sabias palabras que el filósofo-taxista había compartido conmigo. Y me di cuenta de lo mucho que me quejo y de lo poco que me manda Dios, que benevolente no pone a prueba la capacidad de aguante de mi cuerpo.
Y por primera vez desde hace mucho tiempo me dije  mí misma: ojala sigan así las cosas.

Definitivamente, una puede encontrar la sabiduría donde menos se la espera, un sábado a las 5 de la mañana con un taxista charlatán; así que en este caso, que hablara fue una suerte.

Por cierto, el “milagro” del desvelo: cena ligerita, cerveza, coca cola y café.

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