miércoles, 6 de julio de 2011

Donostierra-española

Hace algunos años no entendía bien lo que significaba el término nacionalismo. Por una parte, había oído hablar del nacionalismo como la defensa de la unión de España; pero por otra parte, oía hablar de “los nacionalistas” que querían la independencia de sus comunidades autónomas (sobre todo la del País Vasco y Cataluña). Y claro, con once o doce años de poco te enteras, o mejor dicho de nada.

Con el tiempo, más o menos, lo fui entendiendo aunque sin acabar de entender. Simplificando mucho, quizás demasiado, un grupo posee un tremendo afán por separarse y el otro por mantenerse unido.

Pero no quiero ahondar en lo político de la cuestión, prefiero rebuscar entre las palabras que ayer me decía mi abuela mientras comíamos.

Mi abuela es vasca. Y ayer me decía “yo soy donostierra-española”.

Cuando mi padre tenía nueve años se mudaron a Málaga. ¿Sabéis por qué se mudaron? Por miedo. Y como bien comentaba, con sus ochenta y cuatro años, el pasado mediodía, ¿tú te crees que es vivir el tener que mirar debajo del coche cada vez que te bajas?, ¿el no poder decir lo que piensas por miedo a que te peguen un tiro en la cabeza?

Lo triste de esto, es que es verdad. Ojala fueran delirios de mi abuela, pero no lo son.

Me preguntaba, ¿tú sabes la de madres que se han quedado sin sus hijos? Ayer no lo sabía, hoy ya lo sé. Son 864 madres.

864 madres han derrochado lágrimas y lágrimas, y a 864 madres se les ha llenado de odio el corazón porque un grupo de asesinos ha decidido matar a sus hijos.

¿Y todo esto por qué? ¿Por la libertad e independencia del pueblo vasco? ¿Eso es libertad? ¿El salir a la calle con miedo a abrir la boca es libertad? ¿El que multen a los comercios que no ponen un cartel en vasco es libertad?

Para mí la libertad es otra cosa.

Mi pregunta es cómo se atreven a juzgar al Gobierno de intolerante por no permitir la independencia, cuando son ellos los que siembran el miedo en sus propias calles. ¿De verdad el derecho de querer separarse de España vale más que una vida humana? Si alguien afirma esta cuestión, para mí, deja de siquiera tener este derecho y pasa a convertirse en un ser nauseabundo, que al fin y al cabo es lo que me parece cualquier miembro de ETA.

A Txeroki, a de Juana Chaos o a cualquiera de estos seres sin escrúpulos y de sangre fría, si es que es sangre lo que corre por sus venas, los pondría delante de las madres de las víctimas. Para que les dieran un porqué, para que tuvieran que escuchar ese sufrimiento. Pero no haría que escucharan ese sufrimiento solo una vez, no. Los sometería a las grabaciones de los llantos desconsolados día y noche. No solo los llantos de sus madres, también los de los padres, los hermanos, los novios y las novias, los amigos …

No lo haría por odio, ni con el fin de humillarles. Tampoco el fin sería abrumarles hasta hacer que se cortaran las venas.

Realmente no hay fin. El acto me sale de dentro al pensar que una de esas víctimas podría ser mi hermana, mi madre, mi padre, mi abuela por el hecho de decir que es  donostierra-española, o cualquiera de vosotros. El fin no sería matarlos porque creo que sería mejor que escucharan el sufrimiento ajeno. Porque tal vez (aun siendo prácticamente imposible) conseguirían empatizar, aunque fuera de forma casi nimia, con tan solo alguno de los familiares o amigos de sus víctimas.

De todas formas, espero que poco a poco no sea necesario someter a nadie a los llantos desgarradores de aquellos a los que se les ha arrancado un trozo de su alma, y que se empatice sin ni siquiera llegar a plantearse las bestialidades que hoy en día se cometen.

domingo, 3 de julio de 2011

Poema de Ángel González

Hoy me he levantado con el día tontorrón, y por casualidad me he encontrado este poema del gran Ángel Gonzalez. Al releerlo se me han puesto los pelos de punta. Os invito a que lo leáis, realmente bueno, y cierto.

INVENTARIO DE LUGARES PROPICIOS AL AMOR
Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscriben
la caricia ( con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
-sin interés alguno-
en niños, perros y otros animales)
y el «no tocar, peligro de ignominia»
puede leerse en miles de miradas.
¿Adónde huir, entonces?
Por todas partes ojos bizcos,
córneas torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían, amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.