miércoles, 13 de junio de 2012

Poemas huérfanos (IX)


IX.

Se me anegan los pulmones
de inhalar tu sórdido vacío.

Aún existes en el seno de mi cama,
aunque quizás seas ya ángel decaído
allá a lo lejos,
donde el cielo plañe de histeria
y la luna se adelgaza
hasta volverse cuadrada.
¡Pobre famélica
de cráteres ciegos!

Si perece tu boca,
moriría hasta el silencio,
y reventarían mis tímpanos secos
ayunos de armonía embalsamada.

Si perecen tus manos,
rodarían los restos de mis caderas,
rotas por tristes,
y mis dedos serían piel inerte
y de grietas manidas.

Si perecen tus ojos,
sería punto, para hacerme tu libro abierto,
y escribirte a sangre mi lengua,
y dibujarte a mimos mi costado.

Si perecen tus oídos,
movería los labios
hasta dejarte exhausto
y besaría tus orejas,
que sordas,
escucharían mis tórridas intenciones.

Si pereces tú...,
olvidaría respirar.